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1 de mayo. Elementos para la reflexión

«La peor soledad es la que llevamos dentro, es tiempo de meditar” José Mujica. Charla/entrevista en el programa, “Lo de Évole” 29/03/2020

La celebración de la conmemoración del 1 de mayo próximo no ha escapado del confinamiento al que estamos sometidos, por tanto su celebración la circunscribiremos a los límites de nuestros domicilios. Esta circunstancia no debería impedir que lo “celebremos” en nuestros hogares, y lo más importante, rescatemos su verdadero significado. El confinamiento nos posibilita alejarnos del carácter lúdico/festivo en el que se había convertido la conmemoración del 1 de mayo, así como de las consignas vacuas que durante mucho tiempo las diferentes organizaciones sindicales elaboraban, año tras año, al calor de las problemáticas y circunstancias coyunturales de la clase trabajadora, que en la mayoría de los casos se quedaban como pura retórica, pues carecían del compromiso real necesario, para sustanciar las acciones sindicales oportunas, que posibilitasen alcanzar las demandas que en ellas se reivindicaban.

Los trabajadores y trabajadoras tendríamos que realizar un ejercicio introspectivo, ahora que el confinamiento obligado nos brinda la oportunidad para hacerlo con cierta calma y sosiego, para analizar con la perspectiva necesaria cómo hemos llegado hasta aquí, y entender la situación en la que nos encontramos, con el propósito de tener las ideas claras para dibujar un futuro sostenible, de libertad e igualdad.

Desde el comienzo del nuevo milenio se han producido varias crisis mundiales de diferente índole, que nos han cambiado nuestras costumbres, nuestra forma de ver y entender el mundo, y la manera en que nos relacionamos. La primera gran crisis se produjo como consecuencia del ataque terrorista a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre del 2001. Después de este acontecimiento trágico las medidas de seguridad se extremaron en todo el planeta, y con ello se renunció a parte de nuestra libertad individual y colectiva a cambio de “seguridad”. Después vino la crisis financiera y económica mundial del 2008, que se mostró especialmente dura en muchos países. En Europa países como Irlanda, Portugal, Grecia y España fueron golpeados brutalmente por esta crisis. En el 2010 comenzó la aplicación de restricciones presupuestarias, dictadas por la troika, BCE, FMI y CE, que se concretaron en recortes en materia social y de servicios públicos, como la sanidad y la educación en estos países, dando comienzo un ciclo político con medidas económicas austeras conocido como el “austericidio”. En España el paro alcanzó el 27% de la población activa, y como consecuencia se condenó a dos millones y medio de españoles y españolas a la pobreza y a la exclusión social, dejando en riesgo de pobreza a otros doce millones de españoles y españolas. En este contexto se da la paradoja de que, el 13% de los trabajadores y trabajadoras en España con empleo son pobres. Las repercusiones de esta crisis todavía se dejan sentir en la actualidad.

El cambio climático y los efectos del calentamiento global están provocando cambios importantes en nuestro planeta. La desertificación gana terreno continuamente, originando pérdidas muy importantes de biodiversidad. Los fenómenos meteorológicos extremos han aumentado exponencialmente, lluvias muy intensas que provocan inundaciones, sequías persistentes, y olas de calor y frío. La tierra y la naturaleza se revelan ante el impacto destructivo de las actividades del ser humano.

El COVID-19 nos ha recordado la fragilidad de los seres humanos, y ha puesto a prueba la capacidad de respuesta que tiene la civilización del siglo XXI para afrontar una crisis de la envergadura de esta pandemia. El coronavirus no deja de ser un virus que se encuentra en la naturaleza como un huésped inocuo de los murciélagos, sin embargo una vez que pasa a las personas, todavía no se sabe bien cómo, se torna peligroso y altamente contagioso para las personas. Esta crisis sanitaria, al margen de los efectos terribles en materia de salud, ha sido capaz de parar la actividad industrial, y el comercio en todo el mundo, y está provocando una de las mayores crisis económica jamás conocida.

En España cuando todavía no nos habíamos recuperado de los daños causados por la crisis económica del 2008, nos estamos enfrentando a esta nueva crisis en sus tres vertientes, la sanitaria, la económica y la social, con una sanidad pública diezmada por los continuos recortes y privatizaciones a la que ha sido sometida. Un dato, España está dedicando a la sanidad pública los mismos recursos económicos que hace una década, que en términos del PIB es del 5,9%, cuando la media en Europa es del 7,5%, y en Catalunya es del 3,9%.

El parón obligado de las actividades económicas ha evidenciado lo dañino que pueden ser para el clima y los ecosistemas nuestros modelos productivos. Después de unos pocos días sin apenas actividades, el cese ha producido una reducción drástica de los focos de contaminación, hemos comprobado directamente que el cambio es posible, es una cuestión de voluntad. Hemos sido testigos de cómo la naturaleza se erigía como protagonista, ocupando el espacio que los seres humanos les hemos arrebatado, cuando nuestra presencia no interfiere a su desarrollo, cuando la presión destructora de la actividad humana no es relevante. El confinamiento y el parón obligado también ha hecho posible contemplar animales salvajes en calles y plazas de pueblos y ciudades, de recrearnos con imágenes de aguas transparentes, cristalinas en ríos y playas. La reconciliación de los seres humanos con nuestro planeta no solo es posible, sino imprescindible.

Estamos viviendo tiempos difíciles, duros, muy duros. Estamos contemplando como se desmorona certezas que a la sazón no lo eran. Estamos comprobando de primera mano cómo la displicencia, individual y colectiva dejó en manos de especuladores y políticos sin escrúpulos servicios esenciales para los seres humanos. La sanidad, el cuidado de los mayores, la educación de nuestros hijos e hijas como negocio, y no como derechos fundamentales de las personas. Hemos interiorizado, normalizando situaciones que atentan y socavan derechos y libertades, que condenan a miles de personas a la pobreza, a la exclusión social, causando dolor y sufrimiento.

El sindicalismo del siglo XXI debe estar comprometido con el respeto al medio ambiente. Debe apostar por modelos productivos sostenibles, respetuosos con la naturaleza, y debe ser beligerante con los que nieguen las conductas que afectan al cambio climático.

La pandemia ha puesto de relieve la necesidad de tener un sistema de salud potente, con los medios humanos y económicos suficientes que garanticen la atención de las personas, independientemente de su raza, credo o poder adquisitivo. La Confederación General del Trabajo ha defendido y defiende un sistema sanitario público, universal y de calidad.

Hoy más que nunca se hace necesario un cambio de paradigma económico que ponga en el centro a las personas y sea respetuoso con la naturaleza. Debemos exigir a los políticos que pongan en marcha procesos para cambiar los modelos productivos y económicos, y debemos exigir que se hagan con perspectiva de género.

Tenemos que estar atentos ante cualquier vulneración de nuestros derechos y libertades, mediante subterfugios alumbrados al calor de las crisis.

“Mientras tengas causas para vivir o para luchar, no tendrás tiempo para el desencanto ni la tristeza” Pepe Mujica.

Salud

Rubí, 27 de abril del 2020

 

Daniel Montesinos Quijada

Secretario General de la CGT de Rubí

 

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