Cuando yo era chico, a mi tío Sebastián, trabajador electricista que se afilió en el tardofranquismo al Partido Comunista de España y a Comisiones Obreras para luchar por la democracia, le tiraron un vaso de cristal desde el interior de un bar mientras paseaba plácidamente con su familia por una de las céntricas calles de Mérida, la ciudad donde nací y crecí y donde él militaba y sigue militando por el derecho a llegar a fin de mes de la gente sencilla.
En mi casa la noticia sonó como un impacto atronador. Todavía lo recuerdo y no creo que tuviera más de seis o siete años. “A tito Sebas le han tirado un vaso en la cara y le han tenido que dar puntos”, escuché decir a mi hermana. Yo, con la ingenuidad de no entender el porqué, pregunté la razón: “Porque no lo pueden comprar, hijo”, me dijo mi padre, su hermano.
En ese justo momento entendí lo difícil que es defender la justicia social en un país, gobernado durante 40 años por el fascismo más atroz, en el que la palabra “comunista” se usa como insulto contra toda persona, sea comunista o no, que crea en un modelo de sociedad donde nadie sea tan pobre como para tenerse que arrodillar ante ningún poderoso y donde ningún poderoso tenga tanto dinero para poder poner de rodillas frente a él a quienes nada o poco tienen.
Luego entré en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Sevilla y entendí, a través de algunas asignaturas, que la profesión que había elegido era la más innoble de todas, donde no importaba darle voz a quienes no la tienen, ni usar el papel de la prensa para defender la justicia y señalar a los injustos, sino que los medios de comunicación son las armas de una guerra sin bombas que usa el poder económico para desactivar las opciones políticas que defienden que el hijo de un albañil pueda ser arquitecto o que la hija de una limpiadora pueda llegar a ser médico.
Los ataques de la prensa, a base de noticias manifiestamente falsas y manipuladas con el único objetivo de diabolizar a los líderes de Unidas Podemos, son la respuesta a lo que me explicó mi padre cuando le tiraron un vaso de cristal a mi tío Sebas: “Porque no lo pueden comprar, hijo”. El poder económico, que es el único poder que existe en este capitalismo salvaje donde es más importante tener tarjeta de crédito que DNI, tiene mecanismos para comprar las voluntades de políticos, periodistas, jueces, fiscales y funcionarios.
Si no te pueden comprar, entonces te atacan hasta hundirte la vida y convertirte en un trapo sucio digno de ser quemado en la plaza del pueblo. Los medios de comunicación, propiedad de intereses económicos sin ningún interés por el derecho a la información, se convierten entonces en el brazo armado de las grandes eléctricas, los bancos, las constructoras y todas las fuerzas oscuras sobre las que se sostiene un modelo de país con 10 millones de criaturas en el umbral de la pobreza y la exclusión social.
Así, esta práctica mafiosa consigue convencer a las víctimas de la pobreza y la desigualdad de que quienes defienden condiciones de vida digna para sus vidas son, en realidad, sus enemigos. Los medios te dicen que si gobiernan partidos como Unidas Podemos no podrás sacar dinero de los bancos, que los grandes capitales se irán del país, que todo será una ruina y que llegará el caos, como si las víctimas tuvieran dinero en el banco, los grandes capitales no tributaran ya en paraísos fiscales y no existieran ya bolsas de pobreza de difícil digestión para un país que se dice del primer mundo y que es la cuarta economía la Zona Euro.
Las agresiones que ha sufrido la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, responde a lo que me dijo mi padre cuando le pregunté por qué a mi tío le habían tirado un vaso de cristal. Porque no la pueden comprar. Por eso los toreros la llamaron “zorra”, “cerda” o “roja de mierda” porque no le pueden regalar entradas gratis a los palcos de las mejores plazas de toros, ni invitarla a una capea en alguna de las fincas ostentosas, propiedad de cualquier ganadero o de ellos mismos, o compadrear en una caseta de feria sobre negocios oscuros.
Los insultos de “maricón de mierda” recibidos por Juan Carlos Monedero en un bar de Sanlúcar de Barrameda no eran del pueblo humilde y trabajador de una de las ciudades con mayor tasa de pobreza y paro de España, sino precisamente de los señoritos sanluqueños que pagan 5 euros por hora a las mujeres que limpian su casas hidalgas o que no cumplen el convenio del campo con los jornaleros que sacan adelante sus explotaciones agrarias.
Militar en cualquier espacio que defienda la justicia significa joderte la vida, saber que tendrás problemas para encontrar un empleo en la empresa privada o que haya gente que no te quiera tener cerca para no ser señaladas. Como no los pueden comprar, a los militantes de la justicia los atacan.
Con otros actores políticos existe la posibilidad de comprarlos a base de puertas giratorias, comidas en restaurantes finos y carísimos, fines de semana de placer, casas de lujo, noches desenfrenadas de sexo y drogas a gastos pagos, entradas a palcos y promesas de que la vida te irá bien, a ti y a los tuyos, si gobiernas para los injustos, que todo lo tienen y nada les parece suficiente.
El problema viene cuando un político defiende derogar la reforma laboral que tiene en la pobreza a millones de trabajadores que ni con una nómina salen de la exclusión social; cuando dices que no vas a rescatar el negocio ruinoso del maltrato animal con dinero público en un país con más de tres millones de trabajadores cobrando ERTEs; cuando prometes cobrarle un impuesto a las grandes fortunas para que contribuyan más y evadan menos o pones en marcha un ingreso mínimo vital para que no haya nadie sin nada y ningún niño o niña se acueste sin cenar.
El problema viene cuando pones en el centro a los humildes, a la gente más castigada, a las clases populares, a los que desde que nacen la vida se les pone cuesta arriba. Entonces todo son insultos, violencia, noticias falsas, diabolización, ridiculización y ostracismo. Por eso atacan a los ministros de Unidas Podemos, porque no los pueden comprar con nada de lo que han comprado a muchos ministros y ministras que hoy se sientan en consejos de administración por gobernar a favor de los que de verdad tienen el poder.