Reconozco que soy totalmente urbanita, no me une ningún vínculo con el campo y sus tareas. Ahora bien, en verano, cuando voy al pueblo he llegado a tener buenas amistades. Sobre todo con la gente mayor, memorias vivas de un duro pasado. Esta circunstancia me ha permitido conversar con ellos y ellas, aprender de esa ancestral, y a la vez, sencilla sabiduría que atesoran, conocer formalidades y normas, que había llegado a creer que nunca habían existido, cuando en realidad, se sucedían en un pasado mucho más cercano de lo que creemos en las capitales.
Me viene a la memoria, coincidiendo con que estamos a punto de empezar el mes de marzo lo que me ocurrió conversando con mi amigo Nemesio, también conocido con el sobrenombre del “Pedregal”. Mi eterna curiosidad me hizo preguntarle por el origen de su mote. Me miró y me dijo:-¡Ven conmigo!- y echó a andar, sin tan siquiera mirar atrás para comprobar que yo le seguía. Caminamos al menos una hora, o a mí me lo pareció, y no cruzamos palabra alguna. Tras bordear una elevación rocosa, llegamos a una curiosa viña, y a la derecha, oculta de la vista del caminante, tras la rocosa, se hallaba una pila de piedras de todos los tamaños, que formaban un montículo de casi dos metros de altura, que parecía sujetar la montaña, puesto que se prolongaba unos cien metros. De la viña partía un camino, apto para cualquier vehículo de labranza, que la dividía en dos. A la izquierda de nuestra posición se podía ver una especie de muralla formada por piedras, también de diversas formas y tamaños, que se prolongaba hasta el final del viñedo. Todo ello, situado en un terreno de, aproximadamente, unos cien metros de largo por setenta de ancho.
Nemesio empezó a hablar: -¿Ves este campo? …pues mi abuelo ayudó a su padre a limpiar el terreno de piedras, sin más herramientas que sus propias manos. Durante años, casi cada día, mi padre ayudó al suyo a quitar piedras y consiguieron cultivar un huerto. Y yo ayudé a mi padre y mis hijos, también despedregaron conmigo. Y por eso en el pueblo nos llaman los del “Pedregal”. Y con razón, ¿no te parece?
Llegamos hasta donde acababa la viña. Quedé sobrecogido cuando vi lo que era un pedregal. Parecía imposible que con tal cantidad de piedras, que apenas dejaban ver la tierra, hubiera habido personas capaces de acometer tan dura empresa. Debió ser mucha la necesidad para emprender tan sobrehumano esfuerzo. Comprendí que, en efecto, aquello había sido una tesonera lucha de generaciones.
Dije a Nemesio: -A partir de aquí ya no quedaron ganas de continuar la faena, ¿verdad? Esto hoy es demasiado duro, ¿no? – Contestó: -dejamos la faena cuando mis hijos tuvieron que marchar a buscarse la vida. Y yo solo, bastante tengo con esta viña que sigue dando nombre a mi casa y a los míos.
– ¿Y qué me dice de esta roca, que parte el campo? – le pregunté. Me miró fijamente, cosa habitual en él, y con el gesto me dio a entender que ante lo imposible no hay palabras.
Al recordar esta vivencia, he encontrado cierto paralelismo con la lucha feminista. Pues también abarca generaciones, también el tesón ha logrado ciertas conquistas. Nuevas generaciones deben seguir apartando piedras. Las hay grandes como la incomprensión. Está claro que la sociedad que margina a la mujer reduce el 50% de sus capacidades. El machismo perdura. Aún, un alto porcentaje de hombres se jactan cuando dicen: “aquí, el que manda soy yo”, “aquí se hace lo que yo digo”. Expresiones que son señales inequívocas de violencia contra la mujer, de una violencia machista que tantas víctimas causa y que acaba por definir al hombre como un animal irracional. Bueno es, que se dicten leyes que protejan y apoyen a las mujeres, pero hace falta mucho más. Empezando con la educación. Familias junto a los y las profesionales de la educación, eliminando barreras discriminatorias. Basta de azul o rosa, de costumbres arraigadas en la asignación de juguetes, a las niñas muñecas pero a los niños, ¡NO! A las niñas carritos, cocinitas y elementos de limpieza, pero claro, a los niños, ¡NO! “Que está mal visto”. Frase que habitualmente se utiliza como justificación.
Mal vamos y peor pensamos…y claro, en el vestir, más piedras. Desde lo evidente, faldas versus pantalones, a los sombreros diferentes, y hasta las diferencias en la manera de abrocharse prendas como las camisas y los cinturones.
En la lectura infantil clásica, demasiadas princesas desvalidas, en espera de un príncipe que las salve. ¿Y quién escribía esos cuentos? Hombres.
También en los patios de los colegios, se practican juegos diferenciadores que tienen como resultado un uso del espació desigual.
Después de todo, llegamos al mundo laboral, una vez más, un nuevo espacio donde vencer la hegemonía del machismo. Diferentes salarios por el mismo trabajo, las faenas, tradicionalmente, realizadas por mujeres, son las peor valoradas y remuneradas. Profesiones que se nombran siempre en femenino como la señora de la limpieza, la asistenta, o directamente, la sirvienta. Y siguen otras muchas diferencias entre los trabajos “de hombres” y los trabajos “de mujeres”.
Siempre creeré que no hay más solución que educar en el respeto a la otra persona, tan sólo por el hecho de que es otro ser humano.
No puedo por menos que recordar, aquella gran roca, que parecía separar la viña del “Pedregal”, y que se me antoja un símil del machismo mundial, porque, por ejemplo no esperamos ver a una mujer Papa (ni siquiera Obispo), ni Ayatolá, Imán, Rabino, Ulema, ni tampoco, Lama. ¿Es esta roca invencible, por ser demasiado grande y profunda en nuestra tierra? Siempre podremos soslayarla y seguir luchando contra “el Pedregal” sin desánimo. Y esperemos que más hombres conscientes y con visión de futuro, se unan a la lucha de las mujeres para que el mundo evolucione con sentido común y justicia.
Juan Antonio Mestanza.
Marzo de 2020