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En el centro, la Cultura

Desde bien pequeña recuerdo el día de Sant Jordi como una oportunidad de poder salir y ver cientos de paradas en las calles llenas de libros y rosas. Libros nuevos y viejos. De fantasía, terror, historia, poesía, cómics, románticos, humor, ciencia-ficción, política o infantiles, todos ellos llenos de historias esperando a ser leídas. El resto del año frecuento librerías, mercadillos y puestos, sintiendo cómo se abre el mundo más allá de lo que vivimos en nuestro día a día.

Soy de las que necesita ir a dormir con un libro en las manos, sumergiéndome en las historias que nos narran aquellas personas que nos las escriben, personas con mentes brillantes que nos introducen tanto en los relatos que permiten sentirnos parte de ellos.

El proceso de crear es tan lento, complicado y costoso que, muchas veces, esas historias no salen a la luz al no poder vivir de ello sus creadores y creadoras. O, en el mejor de los casos, pasan años hasta que consiguen poder tener la oportunidad de finalizarlas. Ha sido triste observar durante demasiados años el enorme abandono de los creadores de cultura por parte de las instituciones. Cuántas maravillas hemos perdido en el camino, cuántas historias se han borrado.

Las políticas culturales llevadas a cabo desde hace años no han tratado bien al sector. Nos han hecho perder talento y han provocado una brecha enorme de desigualdad tanto en la ciudadanía, pues no todo el mundo tiene la capacidad económica para consumirla, como en los y las trabajadoras de la cultura que han visto mermada cada vez más su capacidad económica. Personas que acaban dejando de escribir, editoriales que deben buscarse la vida para subsistir y librerías que cierran al no poder hacer frente a buitres y plataformas digitales que funcionan sin control ni igualdad de condiciones. Y, todo esto, sabiendo que el sector del libro y la prensa, concretamente, aportan al PIB español más que la industria audiovisual, por poner un ejemplo.

La pandemia de la COVID-19 ha tenido un fuerte impacto en el libro. Tanto, que las pérdidas económicas se estiman ya por encima de los mil millones de euros. Y se avecina una crisis mayor. Por eso es vital poder hacer políticas culturales valientes entendiendo de una vez que la cultura es un bien de primera necesidad, que nos permite crecer y nos enseña, que nos hace pensar y reflexionar. No se puede entender un país democrático sin acceso a la cultura y sin cuidar a quien la trabaja.

Es fundamental proteger el tejido que permite que sigamos teniendo cultura en todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades. Cuidar a creadores y creadoras, a pequeñas empresas y autónomos, a las artes escénicas y musicales, a quienes producen, técnicos y técnicas, escritores y escritoras, guionistas, trabajadores y trabajadoras del circo y también instituciones culturales como museos o bibliotecas. Recordemos que el 64,7% son empresas sin asalariados y otro 28,7% son empresas de pequeño tamaño, de 1 a 5 trabajadores. Los ingresos que reciben son comparables con los trabajos temporales en hostelería o agricultura, es decir, por temporada. Otro dato que nos sirve para valorar la preocupación del sector: entre marzo y mayo de este año se han cancelado 30.000 funciones y se han perdido 130 millones de euros, según la Mesa del sector de las Artes Escénicas y la Música Covid-19.

El sector cultural lleva demasiado tiempo viviendo en la precariedad, sufriendo inestabilidad, temporalidad e intermitencia. Este estado de precariedad perpetuo no puede sostenerse por más tiempo. De ahí que todas debamos apoyarlo firmemente para que ocupe de una vez el lugar que le corresponde en la sociedad. Es necesario, y ahora más que nunca, una mesa de diálogo con todo el sector y una buena coordinación desde todas las instituciones. Urge que todas ellas se complementen para elaborar un plan que frene el parón económico y cultural y consiga que la cultura siga formando una parte imprescindible de nuestras vidas.

Hagamos que la cultura sea un pilar básico del estado del bienestar, que se garantice el acceso a ella para toda la sociedad y que todos puedan desarrollarse plenamente como individuos de pleno derecho. Y a la par, que permita tener unas condiciones laborales dignas para los trabajadores y trabajadoras de la cultura. No imagino vivir este confinamiento forzado sin libros, series, televisión, películas, poesía o música. Todo ello nos hace más llevadera una situación complicada y difícil.

El sector nos ha seguido emocionando desde los balcones, desde las redes sociales y desde nuestras televisiones. Lo hacen con solidaridad, con mucha empatía y entendiendo que son una parte imprescindible de nuestras vidas para que la situación sea mucho más llevadera para todas, como mínimo, a nivel emocional. Y fíjense, lo hacen sin cobrar y de forma voluntaria. Aunque ciertas personas puedan creer que primero es la vida, no hay que olvidar que para el sector cultural la cultura es su medio de vida a nivel económico: es lo que les permite llenar las neveras, pagar sus viviendas y facturas básicas. Es vital que como sociedad entendamos que, detrás de todo eso, hay personas queriendo vivir de forma digna. Ni más, ni menos.

Cuando todo esto pase, vayamos a las librerías de barrio y llenemos de magia y esperanza nuestras casas. No solo compraremos libros, sino que también cuidaremos a quienes nos cuidan. La cultura para mí es vida, salud, esperanza y solidaridad. Lo era, lo es y lo será siempre.

Gracias a todas por seguir peleando para poner en el centro la cultura como un bien de primera necesidad. Una cita anónima dice: “Un pueblo que se identifica en su cultura es un pueblo invencible”. A eso debemos aspirar y en ese sentido seguiremos trabajando.

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