“Hay un monstruo gris en la cocina, que lo rompe todo, que no para de gritar” canta Rozalen en su preciosa canción La Puerta violeta. Pero ese monstruo gris no solo está en la cocina, está en todos lados y a veces se disfraza para aterrorizarnos cuando creemos que hemos encontrado un lugar seguro. Porque la violencia de género es el terrorismo que se ejerce sobre las mujeres por ser, eso, mujeres. Y es terrorismo no sólo por el gran número de víctimas que se cobra cada año, lo es, también, por las devastadoras secuelas que deja en las supervivientes y por su capacidad para colarse por las rendijas de todas las esferas de nuestra vida.
¡Abre los ojos! Sal del letargo y supera el miedo a enfrentar la pesadilla de un sistema que de manera estructural ejerce violencia contra las mujeres. Si abres los ojos, no desaparecerá, pero sabrás que el monstruo puede estar agazapado tras la puerta de ese armario que no osas abrir, sabrás que a veces aparece dónde menos lo esperas, sabrás que cambia de forma y de color, sabrás que un día u otro lo enfrentarás y te habrás preparado para ello porque conocerás sus estrategias y contaras con aliadas.
Pero ¿Cuál es la magnitud de la tragedia? Leía hace unos días un artículo de una periodista que describía el acoso que había sufrido cuando había publicado un anuncio de solicitud de trabajo como administrativa o camarera, en el que enumeraba sus estudios y experiencia laboral (creó un perfil falso) y añadía una foto de una joven de espaldas. Le escribían ofreciéndole supuestos trabajos con condiciones que nada tenían que ver con lo laboral o le proponían de manera, más o menos, explícita, relaciones sexuales a cambio de dinero. Y esta es sólo una de las caras del monstruo, una cara que se aprovecha de las situaciones de vulnerabilidad, pero hay más, muchas más. La que nos golpea y mutila, la que nos arrebata la vida, la que se apodera de nuestro cuerpo y lo ocupa a la fuerza, y luego está la que nos confunde, nos hace pequeñas, nos insulta y nos anula. Nos muestra otra apariencia cuando publican la noticia de nuestra agresión, exponiendo los detalles de nuestra vida, cuestionando nuestro comportamiento, insinuando relaciones causales, utilizando las palabras como armas que cauterizan la conciencia crítica. Y luego están esas otras, que aparecen en una comisaría donde nos atienden como a si fuéramos un expediente más que acabará en un cajón (a veces eso mismo nos advierten); que se muestran en una sala llena de formalismos y aparentes lutos donde no hay más duelo que el tuyo porque más que juicios analíticos, hay prejuicios, donde la ley no llega, no prevé y quién la interpreta no entiende porqué no lo vive; y a menudo se asoma otra a nuestras instituciones que nos limita y nos cierra puertas, dejándonos en una habitación llena de vacío.
Así, que sí, que espero que esta tragedia se parezca en algo a lo que imaginó Quim Monzó, que acabe en la muerte del monstruo y en la vida de todas. Pero para eso has de abrir los ojos, prepararte para descubrir la raíz del problema y enfrentar al monstruo.
Y mientras, pintemos puertas violetas.
Elena Montesinos Pujante