11 de septiembre 1973, Chile
Desde hacía varias semanas Chile estaba viviendo una crisis política tal que no se vislumbraba con claridad una salida pacífica. Por un lado, el Gobierno de la Unidad Popular, encabezado por el Compañero Salvador Allende, en el intento por implementar un programa que diera solución a las graves diferencias sociales y económicas propias y de años de la sociedad chilena. Y por otro lado una derecha recalcitrante que se resistía a perder sus privilegios y, bajo las sombras, la decisión previa incluso a las elecciones, del gobierno de Estados Unidos de no permitir un experimento revolucionario que fuera a ser imitado en otros países de Latinoamérica. Claro, ellos tenían fuertes intereses apostados en la gran minería del cobre chileno, explotado por años llevándose la tajada del león, dejando en la pobreza a vastos sectores de la población. Así, la Unidad Popular, Allende y su Programa no eran sino una amenaza real a la que se debía atacar con todas las fuerzas y con todos los medios. Y así estaba siendo: boicots, paros patronales, sabotajes, violencia en las calles, desabastecimiento provocado, etc., generaron un clima insostenible. El diálogo estaba roto al punto que el mismo día 11 de septiembre el Compañero Allende haría un anuncio en la Universidad Técnica del Estado llamando a un Plebiscito, sería el pueblo el que decidiría democráticamente la continuación o no del Gobierno. Más los golpistas ya no querían escuchar.
Dado estos acontecimientos es que nuestra estructura partidaria juvenil, las Juventudes Comunistas, la Jota, de la Universidad Católica, estaban convocadas a concentrarse en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, el Peda, combativo Campus ubicado en la Avenida Macul. La razón era que ello permitía una mayor coordinación de los universitarios para recibir eventuales instrucciones que definiera la conducción política central ante cualquier emergencia. Así, apenas desperté por la mañana de aquel día 11 de septiembre y habiéndome informado medianamente por la radio de lo que estaba ocurriendo al menos en Santiago, me dirigí hacía el Pedagógico que quedaba a 30 minutos en bus desde mi casa. El punto de encuentro era el Centro de Alumnos, al costado del Casino. Al llegar y reunirme con mis Compañeras y Compañeros de la Católica y de la Chile, en un importante número, claramente había un ambiente de inquietud, frustración y algo de temor. Nadie preveía realmente lo que se nos venía encima. Estábamos allí porque nuestra consigna había sido desde hacia algún tiempo “la juventud muralla contra el fascismo” … pintada en los muros por nosotros mismos en nuestras Brigadas de Propaganda: Ramona Parra. Mientras estábamos reunidos allí se les pidió a quienes aún tenían en sus bolsillos el carnet de la Jota que los entregaran para destruirlos, era necesario para nuestra seguridad de ahí en adelante.
En un determinado momento se nos pide junto a una compañera, que nos instalemos en las puertas de rejas de entrada del Campus, que desde hacía un rato habían sido cerradas con cadenas y candados. Nuestra misión era estar atentos a cualquier movimiento del exterior que nos llamara la atención. En algún momento comenzaron a llegar familiares nerviosos en busca de sus hijas o hijos que estudiaban allí. Como nosotros no teníamos el control de la puerta nos limitábamos a intentar tranquilizarles diciéndoles que dentro del Campus estaba todo tranquilo, de momento. De pronto una fila de camiones particulares, no militares, comenzaron a llegar a las inmediaciones del Campus. Desde lejos comenzamos a observar cómo descendían soldados fuertemente armados y en tenida de combate. Algo nos llamó la atención, sí, se les notaba en el cuello algo de color naranjo, polera o pañuelo, como una manera de identificar a las fuerzas que estaban bajo el mando de los golpistas. Comenzaron a rodear todo el Campus, parapetándose estratégicamente en algunos puntos. Camino a avisarles a nuestros dirigentes pudimos observar que arriba de los techos de algunos edificios no muy altos que se encontraban en el entorno del Campus se habían subido piquetes de soldados portando ametralladoras punto 30, sabido de poseer un alto poder de fuego y destrucción, apuntando hacia el interior.
Con el hecho de sentirnos rodeados por militares golpistas apuntándonos y al no tener ninguna posibilidad de tener noticias de lo que estaba ocurriendo en otros sectores de la ciudad nuestra inquietud y nerviosismo se acrecentaba. Sin embargo, lo que alcanzamos a escuchar por radio antes de salir de nuestras casas en la mañana temprano daba cuenta de una asonada militar aparentemente imparable mas no sorpresiva, dado el ambiente confrontacional que se vivía en el país. Sin embargo, el llamado permanente de los sectores de oposición a botar al gobierno constitucionalmente electo el año 1970 a través de todos sus medios no era más que el cumplimiento de sus compromisos con el imperialismo yankee y el plan que este les había trazado y financiado desde el primer día. Baste recordar que posterior al triunfo popular un comando de ultraderecha asesinó al comandante en jefe del Ejército René Schneider, General constitucionalista que se erigía en un obstáculo para los siniestros planes de Washington, la Cía y los testaferros de derecha.
Cerca del mediodía comenzamos a escuchar a lo lejos ruidos de aviones y fuertes estruendos de bombardeo. Era imposible pensar que en esos momentos aviones de guerra de la Fuerza Aérea de Chile estaban bombardeando La Moneda, símbolo histórico de la democracia chilena. Y así no más era, como pudimos constatar después, con el agravante de toda la tragedia que se había desencadenado allí.
La incertidumbre rondaba en todo el Campus. Más familiares llegaban a las puertas a buscar ya desesperadamente a sus hijas o hijos. Corría el rumor que los golpistas habían instaurado toque de queda lo que acrecentaba nuestra desazón. Por cierto, el temor sobre el futuro comenzó a hacerse presente. En un determinado momento nuestros dirigentes nos dijeron que debíamos volver a nuestras casas o a donde lo tuviéramos previsto en estos casos. Debíamos salir en pequeños grupos de dos o tres personas.
Se abrieron las puertas y salí con Rebeca, compañera que estudiaba filosofía y que vivía en ruta hacia mi casa. Había muy poco tráfico de vehículo y nada de transporte público. Íbamos solo con un bolso de estudiante al hombro. Mucha gente caminando de retorno a sus hogares. Así de pronto nos pusimos a hacer dedo, por si alguien nos acercaba a nuestro destino. Y así fue, un señor detuvo su auto y nos acercó bastante.
Llegué a casa en donde estaba solamente mi madre quien me recibió muy preocupada y angustiada. Supimos del resto de la familia por teléfono lo que nos tranquilizó, todos venían de regreso y sin novedad. Con madre comenzamos a escuchar por radio los bandos militares que imponían el nuevo orden nacional. Más lo más doloroso que me tocó escuchar fue de la muerte del Compañero Presidente Allende, por su propia mano, durante el ataque a La Moneda, según la versión en ese momento indesmentible de los usurpadores y sus medios. Allende fue la esperanza de cambios profundos que requería nuestra sociedad, lo respaldaban fundamentalmente trabajadoras y trabajadores del campo y la ciudad, pobladoras y pobladores y la juventud. De allí el dolor que nos causaba tan horrenda noticia. Y también nos informamos acerca del bombardeo a las torres de transmisión de las radios democráticas para acallar su voz, incluyendo la Radio Magallanes a través de la cual el Compañero Salvador Allende había dirigido sus últimas palabras al pueblo chileno esa misma mañana. Palabras que son el legado imperecedero de un hombre de bien,
Dentro de las medidas precautorias que en general los militantes de izquierda deberíamos de tomar en la circunstancia que estábamos viviendo era que buscáramos refugio en otras casas, no las nuestras, previendo eventuales delaciones de vecinos fascistas que veían obtusamente en nosotros nada más que terroristas marxistas peligrosos. Así con pena y preocupación debí decirle a mi madre que me iría de casa por algunos días. Di una última revisión a mi habitación a fin de no dejar ninguna huella “que pueda ser usado en mi contra”, salí de casa con algunas mudas de ropa rumbo a la casa de un amigo cercano a varias cuadras de donde yo vivía. Por cierto, la inexperiencia nos hizo cometer algunos errores que en varios casos tuvieron desenlaces fatales. En mi caso, a pesar de que en la casa que llegué no era el único refugiado no hubo consecuencias nefastas, a pesar de que también llegó un compañero uruguayo y un compañero nicaragüense amigos de la familia. Ya había más información acumulada; bandos militares ordenando a altos dirigentes políticos de la Unidad Popular a presentarse en recintos militares o policiales, muertos en las calles, cadáveres flotando en el Río Mapocho que cruza Santiago. Estuvimos allí concentrados con la familia y los compañeros durante una semana para luego volver a mi casa y a los pocos días regresar a la Universidad. La mitad de mis profesoras y profesores ya no estaban y algunos de mis condiscípulos y condiscípulas tampoco.
Finalmente, este cruento golpe civil militar estaba destruyendo uno de los sueños más importantes de nuestra juventud, se estaba destruyendo un sueño de que un mundo mejor era posible. Los cambios significativos que ya había desarrollado nuestro Gobierno Popular: nacionalización del cobre, profundización de la reforma agraria, creación del área social de la economía, medio litro de leche diario a cada niño chileno, democratización del acceso a la salud, educación, a la vida artística y cultural; entre los más importantes, serían borrados por la barbarie fascista … junto con sus autores y protagonistas … como así fue …
Y al cierre, en palabras del escritor chileno Luis Sepúlveda Calfucura, fallecido a los 70 años, el 2020, en Oviedo:
“Los mil días del Gobierno Popular fueron duros, intensos, sufridos y dichosos. Dormíamos poco. Vivíamos en todas partes y en ninguna. Tuvimos problemas serios y buscamos soluciones. Esos mil días pueden ser acompañados de cualquier adjetivo, pero si hay una gran verdad es que, para todos aquellos y aquellas que tuvimos el honor de ser militantes del proceso revolucionario chileno, fueron días felices, y esa felicidad es y será siempre nuestra, permanece y permanecerá inalterable”.
Muchas gracias por su atención y la oportunidad y por sobre todo Gracias por mantener el legado del Compañero Allende en la Memoria. Venceremos!